Texto y Fotos JOSE ESQUIVEL JUAREZ
De alguna manera llega uno al mundo y hay que ganarse la vida; algunos lo hacemos de una manera más o menos cómoda, sin mucho sacrificio, pero existen oficios en los que hay que exponer el físico -sí o sí- todos los días, aunque el sujeto realice su trabajo cómodamente sentado.
Para Enrique, un defeño al que el viento y el vértigo a la altura, le hacen “lo que el aire a Juárez”, mecerse en las alturas es ya una rutina, peligrosa, sí pero a la que ya se acostumbró y hasta le agarró gusto; un gusto por cierto poco envidiable.
Enrique A. González por ahora se descuelga de los edificios ubicados en la Unidad Habitacional Pavón, donde el gobierno estatal comenzó el programa de remozamiento y modernización de los condominios que ya comenzaron a lucir una nueva cara.
Se sabe que el gobierno de Ricardo Gallardo Cardona seguirá esa labor en otras unidades habitacionales, como “Arbolitos” e Infonavit-Morales.
A no pocas persona ha llamado la atención el trabajo de Enrique. Ver su figura solitaria, columpiándose en las alturas, y al ser el único que lo hace de esa forma, francamente sorprende.
Es de admirarse como se sostiene en un columpio y una larga y gruesa cuerda de resistente nylon para realizar su cansado trabajo, pero siempre satisfactorio por su calidad y profesionalismo perfectamente comprobable, a la vista de todos.
Sus inicios en el oficio de pintor de casas, edificios y paredes que se le pongan enfrente fueron en su natal “deefe”, ahora CDMX, su lugar de nacimiento, más concretamente en la delegación Cuajimalpa, donde vio la primera luz un 24 de enero, hace 41 años.
Desde pequeño sabe lo que es ganarse la vida trabajando; es integrante de una familia compuesta por cinco hermanos, perdió a su padre en la niñez pero conserva a su madre y a cuatro de sus hermanos.
Tras cursar la educación Primaria, ya en la Secundaria optó por la nada recomendable idea de ponerse a trabajar y hacer a un lado el estudio y a los 14 años se puso a laborar en una tienda de pinturas en Cuajimalpa.
Fue a raíz de este movimiento que empezó su ya perenne relación con los colores y pinturas, además de realizar labores de albañilería, tarea en la que ayudaba a su tío.
A los 17 años, entró de lleno a la tarea de pintar casas y edificios, siendo el primero, un inmueble ubicado cerca del estadio “Azul”, casa por muchos años del Atlante y Cruz Azul.
En esta tarea como ayudante estuvo un buen rato, hasta que a los 23 años decidió trabajar en forma independiente para más tarde, ya con más trabajo, integrar un pequeño grupo con otros tres compañeros, casi siempre realizando los riesgosos trabajos en el exterior de los edificios, es decir, “descolgándose”.
La labor tan arriesgada de descolgarse para pintar los exteriores de los elevados edificios, le fue enseñada por un maestro pintor al que solamente recuerda como “Demesio”, esta persona lo inició en el oficio y le enseñó los secretos, especialmente en la forma de hacer los nudos, parte importantísima para trabajar en el “columpio”.
Enrique habla de su trabajo y señala que está consiente del riesgo que representa su trabajo, pero asegura que le gusta y por ello se cuida al máximo.
La máxima altura a la que ha trabajado es en un edificio de 35 pisos ubicado en los límites de la delegación Cuajimalpa en la CDMX colindante con el Estado de México y otro de 27 pisos ubicado en Eje Central y calzada Independencia, además de otros de los que ya no recuerda bien.
Por lo pronto piensa seguir hasta donde El Todopoderoso se lo permita y haya trabajo pero por ahora, se prepara también para, llegado el momento, Dios Mediante, emprender un negocio con el apoyo familiar, alejado de peligros y riesgos, especialmente.